jueves, 5 de diciembre de 2013

Pasionaria instinto


Pasionaria instinto
srtuyu
El abrigo lo encontré en la calle, metido en un contenedor.y sine el sistema de arranque antes de arrancar, an..., sucio y con olor a asfalto mojado y pescado; un olor ácido y penetrante. La calle también olía a asfalto. Ese abrigo cobijó mis hombros, que sentían ya el helor de la noche.
Hacía una noche bastante cerrada; la calle, húmeda; mi cara, pálida. La puerta del garito se abría. Salía gente y calor. Mis manos retemblaban. Me acerqué. Abrí y sentí el golpe de calor. Pasillo. Escaleras… Me arrinconé. En el suelo, moqueta. En la pared algún espejo del que yo huía; no quería verme, no sé por qué –pensaba, pero era lo de menos–. La cosa era pasar las horas inadvertido. Sabía que cerrarían a eso de las 4. Recordaba esas cosas. Mejor de pie. No mires a nadie. No crees problemas. Actúa con normalidad. Se acercaron dos a la mesa de al lado. Eran jóvenes. Estudiantes diría yo. Bebían cerveza y comían cacahuetes. Mis ojos se clavaron en esa cerveza y esos cacahuetes. Salivaba. Recordé su sabor. También vi sus camisas planchadas y limpias, sus relojes, pulseras, anillo, las llaves del coche en la mesa, los móviles. Ellos no me vieron. Yo no sentía cosas buenas mirándolos. No mires. Pero miraba. Reconocía. Quería. Y ya sentía calor.
Entonces, si el capitalismo no funciona y el socialismo tampoco, ¿qué nos queda?
Nos queda... encomendarnos al Señor,reía uno, con una bondad desconocida, casi maliciosa. No... Yo creo que lo que habrá es eso... una especie de política muy diluida y menos ideologías; o a lo mejor hay un resurgimiento de ideologías, yo qué sé...
Hombre, no creo que resurja el comunismo. Eso es peor todavía, está acabao.
No sé la gente lo que quiere... Bueno, la gente quiere dinero, y es normal querer tener mucho en esta sociedad en que nos han soltao.
Pues sí...
Bebían cerveza. No podía dejar de mirarlos. Me preguntaba por qué el dolor y la basura tenían un rincón.
Entonces, será una especie de pragmatismo. Los bancos harán más estudios cada vez para controlarlo todo matemáticamente al detalle...
El banquismo chispoteaba lentamente. Le voy a dar 4 porque sé que usted me va dar 8. Sí..., lo mismo que ahora pero más medido, no tan a la ligera. Te ofrecen préstamos si no necesitas préstamos volvía a sonreír. Si los necesitas no. No, no, a usted no. Mire usted, es que soy un empresario... Uy, no, no, ¡vade retro, satanás! Fuera de la oficina. Pero... si antes usted me quería aquí…
Neocapitalismo... disfrazado.
Sí, algo así.
El banco sigue ahí para ayudarnos. Nosotros seguimos ahí con una ensoñación o delirio.  Creemos que vivimos de puta madre con televisiones de plasma y tal, pero resulta que vamos a seguir endeudaos pa toa la vida, y...
Sí, sí.
Saqué las manos de los bolsillos y me quité despacio el abrigo. Mis ojos seguían fijos en esos dos jóvenes, en los cacahuetes, en sus bocas masticando y hablando. Miré alrededor. Oía más que habitualmente. Había mucha gente. Todos tenían camisas limpias y manchadas. Todos conversaban, se miraban y sonreían. ¿Qué día era hoy? Sería viernes o sábado, después del trabajo. Mis manos entraron en calor.
Pero yo creo que no hemos tocado fondo aún de verdad, ¿eh? Me refiero al mundo, no a España.
Menos mal, ¿no?
Menos mal. Pero es que a lo mejor la próxima..., el próximo petardazo..., no sé, dentro de 15 o 20 años, más o menos...
A lo mejor es todavía más virulento, ¿no? Este es como un ensayo...
Sí, porque las comunicaciones son cada vez más rápidas, y estamos más interconectados, casi somos uno. ¡Globalización!
Cada vez hay más diferencias sociales, menos ricos pero riquísimos, y más pobres... Bueno, señorcito, ponme donde haya que ya del resto me encargo yo.
Hum.
¡La que nos queda!
... asentía.
Tenía hambre y sed. Sentí pedirles una cerveza, un solo trago, pero me echarían de allí al frío otra vez. Quería comer algo. No entendía todo aquello, era nuevo para mí. Era hambre. Mis ojos cobraban vida, engordaban persiguiendo la comida, estaban obsesionados con sus bocas, con su serenidad de que todo funciona bien, de que se merecen esa cerveza porque han regado las plantas. Ni siquiera recuerdo desde cuándo tengo hambre, desde cu. ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽onsciente de que tengo hambreNi siquiera recuerdo desde cuanquilidad de que todo funciona bien, de que se merecen esa ándo soy consciente de que tengo hambre.
Él tenía hambre. Su cuerpo lanzaba señales nuevas, desconocidas, animales. Su mano podría convertirse en una zarpa y reventar a esos dos. Sabía que podía, notaba que la pulsión se manifestaba como nunca antes había sentido. Sabía que era una lucha nueva, y que la tenía que aprender a controlar. Y rugía. La saliva se apoderaba de mis dientes; la sangre, de mis ojos; los temblores, de mi cuerpo.
No soy un animal.
Se decía a sí mismo que no era un animal. Pero sentía que era un animal, porque se recordaba racional, se recordaba como esos dos, comiendo y bebiendo cuando quería, reflexionando sobre su momento, el pasado o el futuro, con todas las necesidades cubiertas. Pero ahora ya no conocía su cuerpo. Le tenía miedo. Su mente estaba luchando contra su instinto. Le crecían los dientes como puñales, las uñas asesinas. Husmeaba la cerveza. Se rascaba los brazos, nervioso. Luchaba para no saltar sobre esos dos y arrebatarles lo que tenían. Estaba sufriendo. Temblaba. Se empezaba a odiar. Estaba incómodo allí. Las luces, la oscuridad, la gente, las voces, la música, el olor, las miradas. Estaba en una cárcel, en una jaula, era un zoo. Pero quién era el animal.

martes, 29 de octubre de 2013

Pasionaria nacimiento


Pasionaria nacimiento
srtuyu

Resucitado, desperté en aquel banco con olor a tierra húmeda. Me dolían la frente, las manos y los pies.
Caminaba. Estaba mojado. Tenía frío..., los pasos pesados, los hombros caídos. ¿Quién era? No recuerdo quién era. Tenía frío. Entré a ese edificio. Venía de lejos, sediento y sin abrigo. Entré a aquel edificio.
A derecha e izquierda había 84 corazones. No me miraron. Respiré. Hablaban un lenguaje diferente, un idioma distinto, lo notaba, lo recordaba. Alguien los llamó, un corazón más grande, y ellos se levantaron sonriendo. Se alinearon en los bancos de siete en siete –pero era el infinito borgiano.  Los niños sonreían y jugueteaban y todos cantaban. Había rosas en el aire, sin espinas, dibujando juegos en un equilibrio limpio. Yo respiraba. Seguían hablando entre ellos, en su idioma:
–¿Qué día es hoy? preguntaba el gran corazón, con ojos amables.
–Jueves contestaron 84 voces, infinitas voces también.
–¿Y qué es lo que estableció un día como hoy?
Los corazones alzaron sus manos chicas. Solo a uno llamó, pero era infinito.
La eucaristía.
La palabra, ¡esa era la palabra!, ese parecía el símbolo, el comienzo de algo, o el fin de algo. Lo sentía… Respiré.
¿Y qué sucedió ese día? volvió a hablar el gran corazón.
Yo quería saber, quería recordar, quería reconocer. Tuve sed, infinita sed, pero se marchó. Quería escuchar, quería saber.
¡Comió por última vez!
Y me sobrecogí. ¿Cómo que comió por última vez? ¿Quién?
No me miraban, como si no estuviera allí, como si fuera transparente, como si no existiera. «¡Comió por última vez!», me dije asustado. ¿Cómo se sabe que comerás por última vez? ¿Cómo puede uno...? Y respiré. Quería entender este idioma, quería conocer estas palabras. Quería saber quién era él y dónde estaba yo.
Uno a uno, ¿qué palabras dijo en esa cena?
¿Por qué recordaban un suceso así? ¿Por qué hablaban de ello? ¿Qué palabras eran esas?
–Tomad y comed.
–Todos de él.
–Este es mi cuerpo.
Que será entregado por vosotros.
Recordaba. Esas palabras resonaban dentro de mí, como un eco en mi vacío. Sentí miedo. Respiré. No me veían. ¿Qué era ese cuerpo? ¿A quién se lo daban? Pero, si era su última cena ¿por qué la compartía?
Los corazones seguían sonriendo, en silencio, con respeto, llenos... Las rosas seguían flotando, pasaban cerca de mí, podía olerlas. Mis pies ya no estaban cansados.
Se entregaba. Se entregaba a no comer más. ¿Moría? ¡Sí, era eso!, recordé. Se entregaba por nosotros, por mí también. Y lo sabían, lo recordaban.
Tomad y bebed.
Todos de él.
Porque esta es mi sangre.
Que será derramada por vosotros.
Haced esto en conmemoración mía.
¡Moría! Ahora sé que moría, que ya no comería más, que esa era la última vez que hablaría, y que por eso le recordarían. Compartía su última cena. Ya no tenía los hombros caídos ni tenía frío. Esa sangre suya sería derramada. Él se entregaría. Esa era su alianza, lo reconocía. Y ellos lo recordaban. Así lo tenían presente. Así eran corazones. No me veían. Yo miraba. Respiraba. No tenía frío.
Se disolvieron. Corrían esos niños, jugaban mientras comentaban. Sus ojos tenían el color de la inocencia. Habían celebrado. Se sentían a salvo. Y yo también.
Salieron del edificio. Yo iba detrás, despacio. Respiraba. Seguía viendo las flores. Atravesé el umbral. Miré el edificio, hacia arriba, y vi la cruz.